martes, 26 de noviembre de 2013

...we all learn to make mistakes
 and run from them, from them
with no direction...

Mis mañanas.

Hace tanto frío que duele.

Hoy las hojas teñidas de cobre cubren el asfalto y mi percepción no es capaz de reconocer el rutinario camino que trazan mis botas por la mañana. Centro mi atención en cúmulos de ellas, fueron vida, pero ahora que mueren son más bellas. Vista y olfato se vuelven locos en esta nueva versión de mi ciudad que el otoño se ha permitido crear. Oído distraído con los susurros de ese alguien que me canta desde vete a saber dónde a través de mis auriculares. La oscuridad se evapora, pero no tardará en volver, la luz empieza a escasear a estas alturas.

Las escaleras me adentran bajo tierra. Calor. No, no es el infierno, es mi espacio tranquilo. La situación del tren nunca es la misma, pero la acción no cambia: 11paradas,transbordo,4estaciones,salida...

Hace tanto frío que duele.

Aparezco en un nuevo escenario, aquí el movimiento es más notorio. Los pasos de los transeúntes no siguen el ritmo de mi música, a ellos les guía la prisa. Mi reloj no tiene segundero así que intento omitir ese pensamiento que a veces trata de oprimirme. Es cierto, el tiempo corre, mucho, pero permite que vayamos a la velocidad idónea para alcanzar metas, para trastear con nuestras ideas y terminar cambiándolas. La cantidad de horas que pasan por nosotros son las que consiguen que todo suceda.
Me queman los pulmones (y no por el cigarrillo que nunca me fumaré) subir esta cuesta es duro. Otra calle y mochilas andantes que me arrastran a la entrada.

Rutinas que agradan, llenan, cambian.